miércoles, 3 de febrero de 2021

 

Música.


En este tiempo de clausura casi obligada por circunstancias de supervivencia, se ha acentuado en mi el amor por la música. La música siempre ha estado en nuestras vidas, con ella desarrollamos emociones para ayudarnos a navegar por mundos peligrosos (miedo) y situaciones personales. De alguna manera, los tonos y ritmos de la composición musical activan áreas cerebrales correlacionadas con nuestras emociones.


¿De dónde viene nuestro amor por la música? ¿Cómo y por qué nuestros antepasados la descubrieron? ¿Por qué algo tan abstracto como la música provoca emociones tan consistentes?

Imagino que su descubrimiento pudiera darse de una forma fortuita, bajo el ritmo de la lluvia o el murmullo del agua entre las piedras de los ríos o tal vez nos ayudaron los pájaros con sus cantos o simplemente es muy posible que nuestro amor por la música fuera sencillamente un accidente.


Los estudios han demostrado que cuando escuchamos música, nuestro cerebro libera dopamina, lo que a su vez nos hace felices. La liberación de dopamina es más fuerte cuando una pieza musical alcanza un pico emocional y el oyente siente "escalofríos", la sensación escalofriante de excitación y asombro.


Eso puede explicar por qué nos gusta la música. Por lo general, nuestro cerebro libera dopamina durante el comportamiento que es esencial para la supervivencia (sexo o alimentación). Esto tiene sentido: es una adaptación que nos anima a realizar más de estos comportamientos. Pero la música no es esencial de la misma manera ya que, si la música utiliza el mismo sistema [de recompensa], no es biológicamente necesario para la supervivencia.


Otra posibilidad es que es una función de nuestro amor por los patrones. La música es un patrón. Mientras escuchamos, anticipamos constantemente qué melodías, armonías y ritmos pueden venir a continuación. Entonces, si escucho una progresión de acordes, un acorde de uno, un acorde de cuatro y un acorde de cinco, probablemente sepa que el siguiente acorde será otro acorde de uno, porque eso es una predicción.


Es por eso que normalmente no nos gustan los estilos de música con los que no estamos familiarizados. Cuando no estamos familiarizados con un estilo de música, no tenemos una base para predecir sus patrones, como el jazz, un estilo musical al que muchos desconocidos tienen problemas para aferrarse. Cuando no podemos predecir patrones musicales, nos aburrimos.


Cuando escuchamos una pieza musical, su ritmo se adhiere a nosotros en un proceso llamado arrastre. Si la música es de ritmo rápido, nuestros latidos y patrones de respiración se acelerarán para igualar el ritmo. Por ejemplo, la utilización de este proceso como técnica alternativa para mantener un nivel óptimo de sedación y reducción de la respuesta fisiológica al estrés, puede producir una disminución del uso de sedantes y mejorar la recuperación de pacientes ingresados en las Unidades de Cuidados intensivos (UCI) que experimentan ansiedad y estrés, influyendo positivamente en su recuperación.


Esa es la razón por la cual cierta música y ciertos ritmos, también están relacionados con los procesos y mecanismos de la meditación. Pero, toda moneda tiene dos caras.

Cierta música con ciertos ritmos y frecuencias bloquean y abren algunas funciones en nuestra mente que no podemos controlar de forma consciente, hay un vínculo existente entre la música y los estados llamados de trance; algunas veces incluso, sin llegar a un completo trance, se llega a tener una experiencia nada agradable e incluso preocupante para el neófito practicante. Recordad siempre que, la mente no está acostumbrada a ser dirigida, va a su bola, tal vez por un arcaico proceso de mera supervivencia, por la ley del mínimo esfuerzo o por puro hábito, siempre quiere dominar. 

 


 


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