lunes, 17 de mayo de 2021

 

ODIO.

 

 

Hoy hablaremos sobre el odio, que siempre ha estado, está y estará en nosotros. Es un concepto emocional complejo que tarda tiempo en formarse en nuestra mente. El odio exhibe patrones cerebrales diferentes que los sentimientos de agresión en sí, así como el miedo, la ira y el peligro. Los circuitos neurológicos del odio van íntimamente relacionados con los circuitos neurológicos de la violencia.

 

Psicológicamente hablando, el odio y la violencia es una extensión y distorsión de nuestra tendencia humana natural a distinguir "nosotros" de "ellos".  Desde un punto de vista evolutivo, la pertenencia a un grupo o "tribalismo" era necesaria para la supervivencia humana. ¿Os acordáis cuando hablé en anteriores blogs sobre la toma de decisiones? Os comentaba entonces, sobre aquel hombre primitivo que hace 30.000 años atrás buscaba apoyo y refugio en el seno de su tribu. El odio pertenece o está involucrado a este sistema de toma de decisiones, automático, no consciente, intuitivo, guiado por la emoción del momento, por nuestros aprendizajes y experiencias anteriores, que no requiere gasto energético, en un contexto que cambia continuamente. En nuestra mente se realiza de una forma casi instantánea una distinción entre “nosotros” y “ellos”.

 

“Ellos” son los que no pertenecen a nuestra tribu, los distintos y cuando éstos se combinan con estereotipos negativos, provocan sentimientos de miedo, repulsión y deshumanización. La mayoría de las veces, los estereotipos se “fabrican” de forma interesada a través de un discurso del odio que puede estimular la violencia, no solo entre los individuos “Ellos” sino, incluso, entre los individuos pertenecientes a una misma tribu cuya desigualdad solo puede ser señalada por un color, un acento, un gesto o simplemente por una opinión.

 

 

EL DISCURSO DEL ODIO

 

Ha habido muchos estudios y publicaciones muy elegantes y específicos sobre el tema en estos últimos años sobre el discurso del odio.

Los oradores del odio se basan en imágenes deshumanizantes para justificar la exclusión, la discriminación y en casos de genocidio, la eliminación de grupos identificables. La deshumanización puede ser tanto un ataque a la dignidad del objetivo como una justificación de acciones dañinas. La difusión continua de una distorsionada y exagerada realidad del “otro”, facilita el descrédito entre la población y abre el camino del odio y la violencia. Estos fenómenos sociales a menudo incorporan propaganda para influir sobre “nuestra” tribu, especialmente en aquellos que son más impresionables.

 

En cada paso del trágico proceso de la formación del odio, las personas hemos de tener la capacidad de reflexionar sobre la retórica del odio y reconocer la humanidad del otro. No podemos permitirnos ser y actuar como autómatas irreflexivos sumergidos en procesos destructivos propagados por los oradores del odio. No podemos ser trasmisores del discurso de odio como una fuerza deshumanizante que embota las emociones humanas sobre los “otros”, abandonaríamos la empatía, la preocupación humana y el sentido de la justicia.

 


 


 

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