TODICEA.
Durante
milenios el ser humano ha intentado resolver el inevitable dilema conocido bajo
el nombre de “Teodicea”, es decir cómo justificar el comportamiento de
Dios en cuanto a la presencia del mal en Su creación. ¿Cómo puede existir un
Dios Creador junto con el mal o el sufrimiento en el mundo?
Muchas
religiones, especialmente la cristiana, han intentado en vano justificar el mal
en aras del máximo valor que Dios ha dado a los hombres: La Libertad. El
Mal es el resultado de las acciones del hombre. Sin embargo, esto planteaba
otro problema, ¿Por qué los más inocentes, los niños, son a menudo víctimas del
mal sin la intervención del hombre?
La
mayoría de las religiones, en su distorsionada visión de la realidad,
justificaban esa contradicción argumentando su causa en los pecados de los
padres e incluso algunas se atrevieron a justificarlo con un obsceno y
aberrante invento llamado “Pecado original”, el sufrimiento es la
consecuencia de un pecado cometido por la primera pareja de seres humanos, Adán
y Eva. Cualquier absurdo para justificar la existencia de Dios.
Ésta
disparatada argumentación nos llevaba automáticamente a otra derivada: La
injusticia y crueldad de un dios vengativo que condenaba a toda la humanidad
por un acto de la cual no era responsable. Es como si tu “retatarabuelo”
hubiera cometido un delito y lo pagara tu nieto. Absurdo.
En
última instancia, siempre existe un comodín en la manga de los tahúres: El
argumento final ante la incomprensión se zanja con el “Misterio de los
designios de Dios” y la “Fe”. El ser humano no tiene capacidad para
analizar en profundidad y comprender el “pensamiento” de Dios. Punto final.
Es más,
como el problema del mal y el sufrimiento en el mundo, es un problema
insoluble, inevitable e injustificable, los encantadores de rebaños cristianos
acabaron por manifestar que la máxima perfección se alcanzaba precisamente
mediante el sufrimiento, justificando esa idea con la crucifixión de Cristo.
Esta
idea del “perfeccionamiento a través del sufrimiento” no es ajena a las
demás creencias religiosas, no olvidemos los sacrificios humanos, las auto
laceraciones, la inmolación, la clausura, la renuncia, el propio sacrificio y
las penurias para alcanzar las metas en cualquier y cada una de las religiones
habidas y por haber.
El
resultado de toda esta incoherencia y malas interpretaciones se deriva
inevitablemente hacia el ateísmo o en el pragmatismo cuyo pensamiento, por mucho
que digan las malas lenguas interesadas, no desemboca en un caos social, en una
anarquía sin normas éticas, en el fracaso moral, la ignorancia, y la falta de
respeto, sino en todo lo contrario, ser pragmático, es no necesitar un
intermediario para amar al prójimo.
En
ningún momento el ateo o pragmático abandona sus deberes hacia los demás, su
formación humanista, su ética y su responsabilidad social y debe ser celebrado
como nada menos que un importante avance de la civilización, alejado de los
incontables actos de violencia que en el nombre de Dios ha ocasionado y sigue
ocasionando a lo largo de la historia.